domingo, 4 de julio de 2010

Melanocetus johnsoni

“La luz me llega tenuemente. Me acaricia, tímida. Su roce no es más que un débil suspiro.
Pero a mí me basta, no necesito más cariño del sol que ese poquito que me da cuando se acuerda de que allá abajo, escondido, estoy yo, y unos cuantos más que se parecen a mí…”



Milenios después y mil metros más abajo.


“No necesito más, he aprendido a vivir en la oscuridad abismal. Ahora, cualquiera moriría en un lugar como éste, pero yo me he convertido en el rey de la nada.
Y a mí, a este rey de la Oscuridad, me dotaron, tiempo atrás, de ser también dueño de la luz. La poseo. Tengo el don de utilizarla a mi antojo. Aquí, en plena oscuridad, puedo crear la luz y llevarla conmigo allá donde vaya.”


−No tienes tú fe. Vives en la oscuridad porque eres un desecho del Creador, porque se avergüenza de que de sus manos haya salido una abominación como tú.

−Tú eres igual que yo.

−Sí, ambos estamos condenados a permanecer aquí perdidos hasta el fin de nuestros días. ¿Es que nunca te has mirado? Damos tanto miedo…

−Pero, entonces, ¿la luz que poseemos en nuestro interior…? No puede haber sido otra cosa que un regalo de nuestro Dios.

−¿Cómo pretendes alimentarte, si no es atrayendo a la presa con la pequeña linternita? Resígnate, amigo, nunca seremos más que peces abisales.

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