viernes, 30 de julio de 2010

El cuadernillo (parte segunda)

Para mi asombro, no fue un hombre con ropajes desgastados y sucios, sino una bella mujer la que salió de entre los árboles. Hermosa. Divina. Llevaba un precioso vestido color crema para familias no muy acaudaladas que sólo dejaba vislumbrar la punta de sus zapatitos, llenos de barro, igual que el bajo del traje. La joven, de unos veinte o veinticinco años, poseía una belleza excepcional. Cualquier dama de élite la habría envidiado y hubiera deseado obtener al menos la mínima parte de su infinita belleza. Irradiaba una luz interior que hacía brillar sus ojos de tal manera que tal vez yo habría perdido el equilibrio si en aquel momento ella hubiera parpadeado. Llevaba su pelo castaño trenzado y recogido en un sencillo moño, a la moda pero sin llamar la atención. Su cara tenía forma ovalada, tez pálida, mejillas manchadas por un puñado de pecas, y unos labios finos e irresistiblemente… ¿familiares?

De pronto me miró y en su rostro se formó un gesto de sorpresa al reconocerme.

−No serás… ¿Francisco?

−Vamos, Elisabeth, desde siempre me has llamado Fran− mi perplejidad era cada vez mayor, ¡se acordaba de mi nombre!.

−Fran… es cierto, pero te llamaba así cuando éramos niños, ahora eres todo un hombre.

Elisabeth, ¡quién me lo diría! Era la última persona a la que podría imaginarme paseando por aquí. Aunque, pensándolo bien, si seguía como siempre y no había cambiado, lo cierto es que no debería extrañarme. Tal vez me ha turbado la impresión de verla de nuevo después de tantos años. Está tan cambiada… ahora es toda una mujer, y guapísima. Yo la recordaba cuando aún dormía con aquel peluche y le encantaba coger ranas y metérmelas dentro de la camisa. Era odiosa, le encantaba reírse de mí. Aún recuerdo aquella vez que me hizo subir a un árbol para recuperar el peluche que antes había colocado ella allí, y después provocó que me diera de bruces contra el suelo.

−Fran, ¿me estás escuchando?

−¿Eh? Sí, sí, estabas hablando de la espectacular belleza de tu… digo, del paisaje.

−No, estaba diciendo que me encanta ese cuadernillo en el que estás escribiendo. ¿No es uno que te regaló tu hermana?

Se había dado cuenta de que había dejado de escucharla y me había limitado a mirarla embobado, y eso no era bueno. Seguro que volvía a atacarme, viendo mi vulnerabilidad, con sus trucos y engaños para obtener algún capricho, como aquél día del peluche y el árbol…

−Sí, es un regalo de mi hermana. Tiene mi nombre escrito por la parte de atrás.

Pero qué guapa era. Cuanto más la miraba, más me quedaba prendado de ella. Opino que tenía que dedicarse a la hechicería, porque estoy seguro de que estaba ejerciendo algún embrujo sobre mí.

−Pues me gusta mucho. ¿Lo tienes muy escrito?

−Me quedan veintitrés páginas para acabarlo.

No pensaba darle mi cuadernillo. Era mi objeto más preciado desde hacía años, y me acompañaba siempre. Yo, sin mi cuadernillo, no sé qué haría, la verdad. Mucha gente lleva tiempo pidiéndome que se lo de, pero este hombre que sabe defender sus pertenencias de manera firme y segura, les ha dejado siempre clarísima su intención de no regalar su cuadernillo bajo ningún concepto.

−¿Me lo regalarías…?

¿Existía una cara más dulce que la que me puso Elisabeth en aquel instante?


27 de septiembre

Hola. Soy yo, Francisco, desde mi nuevo cuadernillo.

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