domingo, 25 de abril de 2010

Tiempo

Las hojas ya forman una gruesa alfombra en la acera de mi calle. Una niña con botas de agua las pisa y se divierte saltando desde un montículo de hojas hasta el siguiente.

Los primeros copos de nieve se apilan en las esquinas del alféizar de mi ventana. El frío se cuela en casa, pero los niños, muy lejos de entristecerse, salen y juegan a tirarse bolas de nieve.

Ya no es tiempo de encender chimeneas, porque los primeros brotes de la primavera han alegrado la calle. Puedes ver a un señor que llama a un timbre vestido con jersey y pantalones de pana, mientras una jovencita pasa por delante suya con una camiseta de mangas cortas y estampado de flores.

Qué calor. Mi hermana me avisa de que se va a la piscina con una amiga que conoció en el campamento...

El tiempo pasa.

Y yo no me doy cuenta.
Sigo sentada en mi cama con las piernas cruzadas y la música muy bajito. Sigo en el mismo estado que hace un año. No ha cambiado nada en mí. Las mismas ideas, los mismos pensamientos, las mismas aspiraciones, los mismos sentimientos...

Pero me refugio en mis libros para no tener que pensar en toda esa actividad frenética que ocurre en mi mente. Tal vez la razón sea que así intento no acordarme de ti.

No consigo el objetivo.

Sigues en mi mente.

Me proponen ir unos días a la playa con mis primos. Genial, un poco de sol para que se quemen las neuronas.

Y ya allí, por la noche, sentada en el porche de la casa, comiendo pipas y jugando a las cartas con mis primos, te imagino sentado con nosotros, junto a mí. Integrado en la familia, como uno más.

Ese sueño me hace sonreír.