miércoles, 23 de junio de 2010

A mi madre


−¿Estás?
−Claro, empieza.
−No vale inventarse las respuestas.
−¿Cuándo…?
−Vale, vale, olvida eso último.
−Venga, empieza ya.
−Bueno. ¿Tiene manos?
−Manos de santo. Todo lo que toca irradia luz y alegría.
−¿Tiene piel?
−Tiene diamantes que le hacen brillar hasta cuando no hay sol.
−¿Sus labios?
−Siempre tienen alguna sonrisa atrapada en ellos.
−¿Cómo respira?
−Tiene una bonita nariz respingona, pero estoy seguro de que a este ser tan divino no le hace falta respirar.
−¿Sus ojos?
−Dos luceros que han alumbrado mi camino desde que tengo razón de ser.
−¿Ha hecho alguna hazaña digna de mención?
−Un milagro cada día.
−Estoy perdido. ¿De quién se trata?
−De un ángel.
−¡Te dije que no podías inventarte las respuestas! ¿Acaso conoces un ángel?
−Sí.
−¿Sí?
−Ése ángel me tuvo en su vientre y después me dio la vida.

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