martes, 7 de septiembre de 2010

Siempre

Camina lento, tranquilo, sin prisas.

Con paso seguro, espalda erguida, mirada fija.

Lleva auriculares puestos.

No está enchufada la clavija.

¿Será cierto lo que ven los ojos?

¿O a veces me engaña la vista?

Sólo es aparente su tranquilidad. Ahora que me fijo, le tiemblan las piernas, su mirada no está fija en nada. Mira el suelo… no, no lo mira, está perdido en la nada, porque tiene los ojos vendados de oscuridad. Se tiende un abismo ante él, y siente vértigo. Pero en realidad solo está caminando por un desierto lleno de piedras y tierra seca. No hay nada más que eso a su alrededor. ¿Dejaría algo atrás? Si me fijo más, me doy cuenta de que sí. Algo que ha perdido en el camino le atormenta. Se detiene. Se gira. Las lágrimas que le limpiaban el rostro lleno de polvo se congelan. Y se derrumba. ¿Qué ha visto, para tornar su rostro a desesperación? Grita y alza las manos al cielo. Gime y se estremece. Intenta ponerse en pie pero vuelve a derrumbarse. Descarga su puño contra el suelo, llena la misma mano de arena seca y la lanza al aire gritando el nombre de su mujer. La arena se convierte en polvo y es empujada por el viento. Se mezcla con otras partículas que también flotan alrededor del hombre… Son partículas que un momento antes habían sido lanzadas también por él. El polvo de arena y las cenizas de una bella mujer forman un remolino que danza irónicamente alrededor del viudo, le despeinan y le levantan la camisa rota y manchada. Le secan las lágrimas y le empujan hacia delante, siempre hacia delante. El hombre intenta volver el rostro, pero esas cenizas le impiden que vuelva a mirar hacia atrás, hacia el esqueleto de un coche que unos meses antes había sido suyo y de ella.

Quizá es su imaginación, pero juraría que en ese momento algo susurra en su oído: “Siempre contigo”.

Se estremece, son cosas demasiado extrañas como para ser reales. Pero hay algo que aún no ha descubierto. Desde ese momento, el alma de su mujer viaja con él.

Junto a él…

Para siempre.

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