Tú solo piensa que el tiempo pasa, como caen las gotas de un grifo mal cerrado. Gota, gota, segundo, segundo…
Y cuando vienes a darte cuenta, te has consumido.
El tiempo no se congeló, como pediste en tu decimoséptimo cumpleaños.
El tiempo no se congeló, como deseaste cinco años después, abrazada a él.
El tiempo no se congeló, como rogaste treinta años más tarde, antes de que tu hijo diera su último aliento.
Ya no estás tú tampoco. Sin darte cuenta llegaste, antes o después. Y te reuniste con tu hijo.
¿Cuánto tiempo pasó?
¿Cuánto tiempo has vivido?
Un suspiro.
sábado, 29 de mayo de 2010
viernes, 14 de mayo de 2010
La gota de agua
Es una gota. Una pequeña gota que ha quedado atrapada entre sus pétalos. ¿No la oyes? Llama con miedo a su madre, que la dejó caer desde la nube, prometiendo que iría a buscarla al lejano mar. ¡Qué viaje tan extraño! La gotita había caído en picado a través del vacío, acompañada de toda una legión de compañeras que sentían la velocidad con la misma euforia con la que la vivió ella.
Todos los ríos van a dar en la mar,
que es el final.
Es la primera lección que se aprende en las nubes. Todas las gotas saben desde pequeñitas que llegará un día en el que se separarán de sus madres y caerán a la Tierra para dar vida. Y no tienen miedo porque también se les enseña que llegarán, a través de grandes masas de gotas como ellas que van siempre con prisas, a la inmensidad azul, en la que todas volverán a reunirse con sus seres queridos para ascender y nacer, de nuevo, en otra acogedora nube.
Es el ciclo de la vida, le había enseñado su madre a la pequeña gota.
−Pero nadie advirtió que la vida sería tan difícil. Estoy atrapada entre estos pétalos y no puedo resbalarme y descender por el tallo. Además, cayó la noche hace rato; no veo, y me aterrorizan los aullidos desgarradores que escucho a una distancia escalofriantemente cercana… ¿Qué es ese ruido? Algo sigiloso se me acerca, yo sí puedo oírle… Maldita oscuridad, eso está a tan poca distancia que lo estoy sintiendo, aunque no puede llegar hasta mí. Ni siquiera consigo descifrar su silueta. ¿Qué eres, ser de la noche? Habla, pues nací con la capacidad de entender y hablar todos los idiomas de este mundo.
−Yo… vengo de muy lejos. Buscaba comida para mi reino, pero los pobladores del cielo lo han arrasado todo y ya no se encuentra ni una miga. Tengo tanta sed… No puedo seguir con mi camino, he defraudado a mi reina… Ya no… tengo… fuerzas…
−Espera, por favor, veo luz en ti, eres un ser muy trabajador. Nací para dar vida, me dijeron. Tú vas a perder la tuya por el cansancio que te ha provocado el andar día y noche buscando alimento para las crías de tu especie, sin importarte su propio estado de salud. ¿Cómo te llamas?
−Soy la hormiga obrera número setecientos cuarenta y dos.
−Hormiga, tú me has enseñado cuál es mi verdadero papel aquí. No te preocupes, sólo aguanta un poquito más.
Y la pequeña gota supo que hallar el mar no era el objetivo que debía perseguir, sino el de ayudar a todos los seres vivos a, precisamente, seguir viviendo, pues le parecían la alegría de la Tierra, que sería un lugar aburrido y monótono si ellos no estuvieran allí.
Pidió educadamente a la planta que la retenía que la dejara deslizarse a través de su pétalo, si no era molestia, para detenerse ante la hormiga sedienta.
−Vive −dijo la gota, y se dejó consumir.
−Gracias − dijo la hormiga, y vivió.
Todos los ríos van a dar en la mar,
que es el final.
Es la primera lección que se aprende en las nubes. Todas las gotas saben desde pequeñitas que llegará un día en el que se separarán de sus madres y caerán a la Tierra para dar vida. Y no tienen miedo porque también se les enseña que llegarán, a través de grandes masas de gotas como ellas que van siempre con prisas, a la inmensidad azul, en la que todas volverán a reunirse con sus seres queridos para ascender y nacer, de nuevo, en otra acogedora nube.
Es el ciclo de la vida, le había enseñado su madre a la pequeña gota.
−Pero nadie advirtió que la vida sería tan difícil. Estoy atrapada entre estos pétalos y no puedo resbalarme y descender por el tallo. Además, cayó la noche hace rato; no veo, y me aterrorizan los aullidos desgarradores que escucho a una distancia escalofriantemente cercana… ¿Qué es ese ruido? Algo sigiloso se me acerca, yo sí puedo oírle… Maldita oscuridad, eso está a tan poca distancia que lo estoy sintiendo, aunque no puede llegar hasta mí. Ni siquiera consigo descifrar su silueta. ¿Qué eres, ser de la noche? Habla, pues nací con la capacidad de entender y hablar todos los idiomas de este mundo.
−Yo… vengo de muy lejos. Buscaba comida para mi reino, pero los pobladores del cielo lo han arrasado todo y ya no se encuentra ni una miga. Tengo tanta sed… No puedo seguir con mi camino, he defraudado a mi reina… Ya no… tengo… fuerzas…
−Espera, por favor, veo luz en ti, eres un ser muy trabajador. Nací para dar vida, me dijeron. Tú vas a perder la tuya por el cansancio que te ha provocado el andar día y noche buscando alimento para las crías de tu especie, sin importarte su propio estado de salud. ¿Cómo te llamas?
−Soy la hormiga obrera número setecientos cuarenta y dos.
−Hormiga, tú me has enseñado cuál es mi verdadero papel aquí. No te preocupes, sólo aguanta un poquito más.
Y la pequeña gota supo que hallar el mar no era el objetivo que debía perseguir, sino el de ayudar a todos los seres vivos a, precisamente, seguir viviendo, pues le parecían la alegría de la Tierra, que sería un lugar aburrido y monótono si ellos no estuvieran allí.
Pidió educadamente a la planta que la retenía que la dejara deslizarse a través de su pétalo, si no era molestia, para detenerse ante la hormiga sedienta.
−Vive −dijo la gota, y se dejó consumir.
−Gracias − dijo la hormiga, y vivió.
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